La trata de personas es un grave atentado contra la dignidad
de la persona humana. Es un delito muy parecido al secuestro o un secuestro
realizado de otra manera. Se mantiene retenida a la persona a través de
engaños, enganchándola con el señuelo de un trabajo bien remunerado o un papel
artístico y llevándola luego a prostituirse, o astutamente se le hace miembro
de la familia para obtener de ella un servicio de por vida o un órgano para trasplantar.
Otras formas de mantenerla retenida es amenazándola, quitándole sus documentos
de identificación, separándole temporalmente de sus hijos o hablándole de algún
daño para ellos… En la trata de personas no se pide un rescate por la víctima.
Ella misma ha de pagar ese rescate: se le hace trabajar por casi nada o se le
obliga a venderse. La manera más frecuente como aparece este delito en nuestra
región es con fines de explotación sexual.
Hacernos conscientes de este delito y denunciarlo es parte
de nuestra responsabilidad ciudadana para construir el bien común. Sin embargo,
también es necesario reflexionar y cambiar algunas maneras de mirar la realidad
y algunas formas de vivir, que son terreno fértil para este delito de la trata
de personas.
De muchas maneras se presenta el cuerpo de la mujer y
también el cuerpo del hombre como una mercancía. Se dice que el cuerpo de la
mujer y ahora también del hombre es suyo y puede hacer con él lo que le venga
en gana. Si quiere venderlo, lo venda; si quiere alquilarlo, lo alquile. En el
mercado cada quien puede elegir el artículo que le guste y para el cual le
alcance la paga. En esta carrera mercantil no hay espacio para hablar de algo
sagrado en la persona, de límites que deban ser respetados, de prohibiciones
que salvaguarden la dignidad personal. Humanamente esto es inaceptable.
Nosotros también somos nuestro cuerpo. Esta es una verdad que claramente
percibimos en la vida de cada día. A las personas a quienes amamos les decimos:
“no quiero que te mueras”; no les decimos: “no quiero que tu cuerpo no muera”.
El cuerpo también es nuestra persona y la persona humana es siempre alguien, un
sujeto libre, con derechos que se le deben respetar y con obligaciones que
responsablemente ha de cumplir. Esta dignidad es el fundamento de la igualdad
de todos los seres humanos entre sí. Quienes creemos en Jesús reconocemos que
la raíz de la dignidad de la persona humana se encuentra en Dios, que le ha
creado a su imagen y semejanza y que en Jesús le ha hecho hijo suyo. Hacer de
la persona humana un objeto de compra-venta en la historia ha recibido el
nombre de esclavitud.
Junto a lo anterior, “la vida humana” deseable, que en
general nos es presentada en muchos medios de comunicación, excluye todo
sacrificio, dolor y disciplina. Todo es disfrutar, jugar, sentir el cosquilleo
de la emoción. Cuando se examina el hecho de la prostitución no sólo ha de
mirarse a la persona en situación de prostitución, sino también al cliente. Si
ha proliferado la explotación sexual, a la que en nuestra región está dirigida
de manera especial la trata de personas, hemos de examinar cómo es que han
proliferado tantos clientes. La fidelidad, que es el amor que se vive en el
tiempo, siempre exige la capacidad de renuncia. Si se ha quitado a la relación
sexual su sentido humano unitivo y procreativo y se le ve una conducta tan
irrelevante como tomarse un barquillo al final del amable encuentro de una
tarde, ¿qué puede detener a una persona para no intentar comprar a otra cuando
siente el antojo de tener relaciones sexuales con ella?
La trata es también fruto de la vulnerabilidad de las
personas. En general, quienes son víctimas de este delito se encuentran en una
difícil situación económica, muchas de ellas con sueños “de película” que para
la inmensa mayoría de personas son prohibitivos. Los tratantes saben de esta
debilidad y la explotan. Muchas jovencitas ven su salida de casa como una
aventura que posiblemente les lleve a la fama, a la comodidad y la riqueza, y
su cuerpo lo miran como la tarjeta para obtener todo esto. Para la inmensa
mayoría de quienes caen en este engaño el resultado es cruel e inhumano. ¿Cómo
ayudar a que cada pueblo pueda construir el bien común que permita el
desarrollo integral de las personas, de manera que nadie se mire violentado por
la miseria a dejar su familia y su Patria?
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